regresé ayer de mi viaje. en el fondo, me ha gustado pasar un tiempo con mi mamá. a pesar de que no ha habido en cuzco ninguna escena digna de "los años maravillosos" (en el sentido de que no hubo ningún momento en el que ella y yo nos hayamos revelado un secreto profundamente conmovedor, mientras se escucha "in my life" de los beatles, o la música que los libretistas escojan para la ocasión) durante estos seis días ambos nos hemos acompañado silenciosamente, respetuosamente. yo y mi mamá. es hasta tierno. no referiré detalles del viaje --cualquiera que haya ido a cuzco ha visitado los mismos lugares que yo-- así que lo dejo ahí. a favor: el paseo a caballo que hicimos el lunes (especialmente el momento en que los animales se detuvieron a beber bajo el sol, luego de pasar por entre un berreante, polvoriento rebaño de ovejas), la mirada preciosa que me devolvió una chica alemana, el viaje de cuatro horas rumbo a aguas calientes en tren. la sonrisa de mi mamá cuando estábamos en macchu picchu, también. en contra: tener a mi mamá al lado todo el tiempo (mirarle las piernas a una chica mientras a tu lado está la misma persona que antes te cambiaba los pañales es, cómo decirlo, extrañamente vergonzoso), que se malograra un botón de mi cámara, gastar tanta plata... en fin. me he quedado con ganas de volver, sí. solo. o mejor: con una persona que no sea mi mamá, y a quien se pueda besar mientras el tren ingresa por uno de esos túneles largos en los que todo se vuelve de pronto negro.
"...¿Quieres que te confiese una cosa? Escribir es sólo apasionante como perspectiva, como proyecto, como necesidad. El ejercicio mismo, en cambio, es fatigante, atrozmente penoso. Es una especie de masturbación maniática, que se prolonga y lo devora a uno, lo aísla de todo, lo desrealiza. Te juro que por momentos tengo la impresión de dejar de vivir. Quisiera salir, tener toda clase de aventuras, tomar trenes, barcos, hacerme gángster, guerrillero, viajante de comercio, cualquier cosa que signifique un mínimo de riesgo y tránsito físico. La vida puramente intelectual es absurda y triste, sólo admirable en los otros. En otros tiempos, uno podía escribir estimulado por ciertos espejismos: la gloria, el dinero. He leído una maravillosa frase de Balzac: "los orígenes de mi vocación, de mis libros y de mi vida, son exclusivamente pecuniarios". Pero hoy día uno escribe casi sin esperanzas, para llenar ciertos vacíos y deficiencias, para desquitarse de algo anormal. ¿Quién puede creer ahora que una novela va a cambiar algo y si así fuera, qué mierda me importa si yo no seré jamás el beneficiado? Creo que la condición intelectual privilegiada es la del estricto lector. Vive y cuando quiere coge un libro, vuela un rato, lo cierra y regresa. A mí me jode horrores vivir volando, no quiero pasarme la vida como un cometa. Estoy irritado con mi vocación, sobre todo porque ya no hay marcha atrás posible, si no tuviera tiempo para escribir me sentiría desesperado. Pero pienso que hubiera sido mil veces preferible otra vocación, menos exclusiva y tiránica, más sociable y concreta. He estado leyendo las cartas de Flaubert y no hay nada más espeluznante ni conmovedor. Es horrible llevar una vida de trapista sin creer en el paraíso." (la carta no es mía, pero no importa.)