en 20 minutos tengo que salir de aquí para ir a la radio y no tengo ganas, en absoluto. si la relación de invitados de hoy es tan genial como lo fue la semana pasada --una podóloga, el instructor de un gimnasio-- preferiría treinta veces quedarme aquí bajo mis sábanas y mi frazada viendo la tele, o algo así completamente inútil. hoy me levanté tempranísimo, como a las 9 y 30, para ir a la católica a ver una obra de teatro. puta, qué vaina que no me hayan gustado nhada ni las actuaciones ni el libreto. al terminar pues, no sé, yo tendría que haberme quedado un ratito para saludar a una amiga mía que estaba actuando allí pero no pude. no pude. ¿qué iba a decirle? ¿"realmente muy interesante"? ¿"me ha conmovido profundamente"? ¿"no tengo palabras"? ¿"qué frío que hace"? qué fregado, qué fregado dar opiniones sobre lo que hacen los demás... es que tengo esta cosa con las opiniones, yo: cuando algo me gusta me encanta darlas, halagar es algo que disfruto. además, casi siempre es una cosa muy sincera. pero cuando algo no me gusta prefiero no decir nada... y por eso salí CORRIENDO del teatrín apenas los actores entraron a sus camerinos luego del aplauso. quiero decir, de verdad corrí. veía a mis espaldas, para verificar que nadie me estuviera siguiendo para preguntarme "¿te gustó la obra?". incluso mientras esperaba el micro, que se demoró un huevo. (ya pasó, ya pasó...)
"...¿Quieres que te confiese una cosa? Escribir es sólo apasionante como perspectiva, como proyecto, como necesidad. El ejercicio mismo, en cambio, es fatigante, atrozmente penoso. Es una especie de masturbación maniática, que se prolonga y lo devora a uno, lo aísla de todo, lo desrealiza. Te juro que por momentos tengo la impresión de dejar de vivir. Quisiera salir, tener toda clase de aventuras, tomar trenes, barcos, hacerme gángster, guerrillero, viajante de comercio, cualquier cosa que signifique un mínimo de riesgo y tránsito físico. La vida puramente intelectual es absurda y triste, sólo admirable en los otros. En otros tiempos, uno podía escribir estimulado por ciertos espejismos: la gloria, el dinero. He leído una maravillosa frase de Balzac: "los orígenes de mi vocación, de mis libros y de mi vida, son exclusivamente pecuniarios". Pero hoy día uno escribe casi sin esperanzas, para llenar ciertos vacíos y deficiencias, para desquitarse de algo anormal. ¿Quién puede creer ahora que una novela va a cambiar algo y si así fuera, qué mierda me importa si yo no seré jamás el beneficiado? Creo que la condición intelectual privilegiada es la del estricto lector. Vive y cuando quiere coge un libro, vuela un rato, lo cierra y regresa. A mí me jode horrores vivir volando, no quiero pasarme la vida como un cometa. Estoy irritado con mi vocación, sobre todo porque ya no hay marcha atrás posible, si no tuviera tiempo para escribir me sentiría desesperado. Pero pienso que hubiera sido mil veces preferible otra vocación, menos exclusiva y tiránica, más sociable y concreta. He estado leyendo las cartas de Flaubert y no hay nada más espeluznante ni conmovedor. Es horrible llevar una vida de trapista sin creer en el paraíso." (la carta no es mía, pero no importa.)