estoy muy raro estos días. realmente. la gente me gusta más que de costumbre: veo a estas chicas y estos chicos alineados en sus carpetas, dentro de un salón de clases, sus cabezas guardando todos aquellos cerebros hechos de células, veo sus ojos moviéndose y las diferentes proporciones y los diferentes colores. hay narices. hay bocas que se abren y cierran... me gusta la cara de germán, porque pareciera pertenecerle a un caballo y sin embargo funciona muy bien donde está, encima de su cuello. me gusta la cara de esa chica que no recuerdo cómo se llama: tiene muchísimas cicatrices de acné sobre su piel marrón, y son como pequeños ojos mirándome. me gusta la cara de la chiquilla gorda que se sienta al fondo, sus mejillas son dos mitades de pan y seguro que es igualita a su abuelo. me gusta la cara de idiota de katherine, me gusta esa forma que tienen sus ojos redondos de decir siempre una sola cosa. me gusta la señora de sesenta años que aún no aprende a conjugar verbos y que morirá antes que nosotros: sus manos son de muchos colores, y los bordes de sus uñas crecen despacio. también me gusta la chica bonita. su cara es idéntica a la de millones de chicas bonitas, y siempre estará más vieja que hace un minuto. existe una cosa que ellos no se dan cuenta que poseen, esa hermosa capacidad de funcionar solos, de expresarse con canicas llamadas ojos y piedras llamadas dientes. absolutamente todo puede ser amado. puta madre.
"...¿Quieres que te confiese una cosa? Escribir es sólo apasionante como perspectiva, como proyecto, como necesidad. El ejercicio mismo, en cambio, es fatigante, atrozmente penoso. Es una especie de masturbación maniática, que se prolonga y lo devora a uno, lo aísla de todo, lo desrealiza. Te juro que por momentos tengo la impresión de dejar de vivir. Quisiera salir, tener toda clase de aventuras, tomar trenes, barcos, hacerme gángster, guerrillero, viajante de comercio, cualquier cosa que signifique un mínimo de riesgo y tránsito físico. La vida puramente intelectual es absurda y triste, sólo admirable en los otros. En otros tiempos, uno podía escribir estimulado por ciertos espejismos: la gloria, el dinero. He leído una maravillosa frase de Balzac: "los orígenes de mi vocación, de mis libros y de mi vida, son exclusivamente pecuniarios". Pero hoy día uno escribe casi sin esperanzas, para llenar ciertos vacíos y deficiencias, para desquitarse de algo anormal. ¿Quién puede creer ahora que una novela va a cambiar algo y si así fuera, qué mierda me importa si yo no seré jamás el beneficiado? Creo que la condición intelectual privilegiada es la del estricto lector. Vive y cuando quiere coge un libro, vuela un rato, lo cierra y regresa. A mí me jode horrores vivir volando, no quiero pasarme la vida como un cometa. Estoy irritado con mi vocación, sobre todo porque ya no hay marcha atrás posible, si no tuviera tiempo para escribir me sentiría desesperado. Pero pienso que hubiera sido mil veces preferible otra vocación, menos exclusiva y tiránica, más sociable y concreta. He estado leyendo las cartas de Flaubert y no hay nada más espeluznante ni conmovedor. Es horrible llevar una vida de trapista sin creer en el paraíso." (la carta no es mía, pero no importa.)