el cuento que dejé a medias hace dos semanas. voy a retomarlo mañana. es relativamente fácil empezar bien un cuento; también es relativamente fácil terminarlo. lo difícil es escribir lo que va al medio.
Entraron los dos juntos, sin decirse nada, y mientras el ascensor descendía se puso a mirarlo. El niño no se daba cuenta porque tenía los ojos cerrados: cuando los abrió ya estaban en el primer piso. Era sábado. Invierno.
El niño tenía la mirada ligeramente estrábica, fascinante; como empujada hacia adelante igual que un ave de presa. Había sin embargo un principio contradictorio en él: su cuerpo no era conciso, de huesos afilados como la cabeza insinuaba. El cuerpo que tenía ocupaba un poco más de espacio. Tenía cinco años. Tal vez seis. Si el hombre hubiera sugerido que lo habían metido a la fuerza en la casaca negra, que parecía sacada de una antigua película de esquimales, difícilmente habría sido recompensado con una sonrisa. Probablemente lo que habría obtenido –sobre todo esa tarde– habría sido una larga mirada de desprecio. Habían bajado ellos dos primero porque la madre no terminaba aún de vestirse. Hubo un sonido ronco afuera del ascensor: la puerta mecánica empezó a esconderse, el niño asomó al pasadizo dando un salto y luego corrió hacia el aparcamiento moviendo los brazos como si estuvieran incendiándose. El hombre lo seguía de lejos.
"...¿Quieres que te confiese una cosa? Escribir es sólo apasionante como perspectiva, como proyecto, como necesidad. El ejercicio mismo, en cambio, es fatigante, atrozmente penoso. Es una especie de masturbación maniática, que se prolonga y lo devora a uno, lo aísla de todo, lo desrealiza. Te juro que por momentos tengo la impresión de dejar de vivir. Quisiera salir, tener toda clase de aventuras, tomar trenes, barcos, hacerme gángster, guerrillero, viajante de comercio, cualquier cosa que signifique un mínimo de riesgo y tránsito físico. La vida puramente intelectual es absurda y triste, sólo admirable en los otros. En otros tiempos, uno podía escribir estimulado por ciertos espejismos: la gloria, el dinero. He leído una maravillosa frase de Balzac: "los orígenes de mi vocación, de mis libros y de mi vida, son exclusivamente pecuniarios". Pero hoy día uno escribe casi sin esperanzas, para llenar ciertos vacíos y deficiencias, para desquitarse de algo anormal. ¿Quién puede creer ahora que una novela va a cambiar algo y si así fuera, qué mierda me importa si yo no seré jamás el beneficiado? Creo que la condición intelectual privilegiada es la del estricto lector. Vive y cuando quiere coge un libro, vuela un rato, lo cierra y regresa. A mí me jode horrores vivir volando, no quiero pasarme la vida como un cometa. Estoy irritado con mi vocación, sobre todo porque ya no hay marcha atrás posible, si no tuviera tiempo para escribir me sentiría desesperado. Pero pienso que hubiera sido mil veces preferible otra vocación, menos exclusiva y tiránica, más sociable y concreta. He estado leyendo las cartas de Flaubert y no hay nada más espeluznante ni conmovedor. Es horrible llevar una vida de trapista sin creer en el paraíso." (la carta no es mía, pero no importa.)