sábado, mayo 22, 2004


un extracto de "la senda del perdedor" ("ham in rhye"), como homenaje a bukowski. el protagonista, henry, es una adolescente con el cuerpo y la cara llena de acné. está escondido en su cuarto, porque no quiere que nadie lo vea. entonces llega su abuela de visita.


—Voy a enterrarlos a todos ustedes— decía mi abuela—. ¿Dónde está el chico?
Se abrió la puerta y apareció mi abuela en el umbral.
—Hola Henry —saludó mi abuela.
—Tu abuela ha venido adrede para ayudarte —explicó mi madre.
Mi abuela tenía un enorme bolso. Lo dejó sobre la mesilla y sacó un enorme crucifijo de plata de él.
—Tu abuela está aquí para ayudarte, Henry...
Mi abuela tenía más verrugas que nunca y estaba más gorda. Parecía invencible, como si nunca fuera a morirse. Había llegado a envejecer tanto que no tenía sentido que se muriera.
—Henry —dijo mi madre—, túmbate sobre el estómago.
Me tumbé y vi cómo mi abuela se inclinaba sobre mí. Con el rabillo del ojo observé cómo balanceaba el enorme crucifijo sobre mí. Yo había rechazado la religión un par de años antes. Si era verdad, convertía en idiotas a la gente, o bien producía idiotas. Y si no era verdad, entonces eran doblemente idiotas.
Pero eran mi abuela y mi madre. Decidí que procedieran a su aire. El crucifijo pendulaba adelante y atrás sobre mi espalda, sobre mis granos, sobre mí.
—Dios —rezó mi abuela—, ¡extrae el demonio del cuerpo de este pobre muchacho! ¡Contempla sus llagas! Me enferman. ¡Dios! ¡Míralas! ¡Es el demonio, Dios, que habita en el cuerpo del muchacho! ¡Extrae el demonio de su cuerpo, Señor!
—¡Saca el demonio de su cuerpo, Señor! —repitió mi madre. Lo que necesito es un buen doctor, pensé. ¿Qué es lo que les pasa a estas mujeres? ¿Por qué no me dejan solo?
—Dios —dijo mi abuela—, ¿por qué permites que el demonio more en este cuerpo? ¿Acaso no ves cómo disfruta el demonio? Mira estas llagas, oh Señor. ¡Estoy a punto de vomitar con solo mirarlas! ¡Son rojas y enormes y están llenas de porquería!
—¡Saca el demonio del cuerpo de mi chico! —chilló mi madre.
—¡Que Dios nos libre de este demonio! —chilló mi abuela.
Cogió el crucifijo y lo situó sobre el centro de mi espalda, clavándomelo. La sangre brotó, podía sentirla, al principio cálida, luego repentinamente fría. Me di la vuelta y me senté sobre la cama.
—¿Qué mierda están haciendo?
—¡Estoy haciendo un agujero para que Dios extraiga al demonio por él! —dijo mi abuela.
—Muy bien —dije—, quiero que las dos salgan fuera de aquí, ¡y rápido! ¿Me han entendido?
—¡Aún está poseído! —dijo mi abuela.
—¡SAQUEN SU MALDITO INFIERNO DE AQUÍ! —vociferé.
Salieron, conmocionadas y molestas, dejando la puerta cerrada tras ellas.



12:01 p. m. [césar]