Vendrá usted a mi casa
Bueno en realidad no es mi casa
No sé de quien es
Entré un día porque sí
No había nadie
Sólo unas guindillas rojas colgadas de la pared blanca
Me quedé mucho tiempo en esta casa
Nadie venía
Pero todos los días todos los días
la estaba esperando
No hacía nada
Es decir nada serio
A veces por la mañana
Lanzaba gritos de animal
Rebuznaba como un asno
Con todas mis fuerzas
Y eso me gustaba
Y también jugaba con mis pies
Los pies son muy inteligentes
Te llevan muy lejos
Cuando quieres ir muy lejos
Y si no quieres salir
Se quedan ahí haciéndote compañía
Y cuando hay música bailan
No se puede bailar sin ellos
Hay que ser idiota como el hombre lo es tan a menudo
Para decir cosas tan idiotas
Como idiota como sus pies o alegre como un pinzón
El pinzón no es alegre
Es sólo alegre cuando está alegre
Y triste cuando está triste o ni alegre ni triste
Se sabe lo que es un pinzón?
Además no se llama realmente así
Ha sido el hombre el que ha llamado así a ese pájaro
Pinzón pinzón pinzón pinzón
Qué curiosos son los nombres
Martín Hugo de nombre Víctor
Bonaparte de nombre Napoleón
Porqué así y no así
Un rebaño de bonapartes pasa por el desierto
El emperador se llama Dromedario
Hay un caballo caja y cajones de carreras
A lo lejos galopa un hombre que sólo tiene tres nombres
Se llama Tim-Tam-Tom y no tiene apellido
Un poco más lejos hay no sé quien
Mucho más lejos hay no sé que
Y después, que importa todo esto
Vendrás a mi casa
Pienso en otras cosas pero sólo pienso en eso
Y cuando hayas entrado en mi casa
Te quitarás toda la ropa
Y te quedarás inmóvil desnuda de pie con tu boca roja
Como las guindillas rojas colgadas en la pared blanca
Y después te acostarás y yo me acostaré a tu lado
Ya está.
A mi casa que no es mi casa tú vendrás.
"...¿Quieres que te confiese una cosa? Escribir es sólo apasionante como perspectiva, como proyecto, como necesidad. El ejercicio mismo, en cambio, es fatigante, atrozmente penoso. Es una especie de masturbación maniática, que se prolonga y lo devora a uno, lo aísla de todo, lo desrealiza. Te juro que por momentos tengo la impresión de dejar de vivir. Quisiera salir, tener toda clase de aventuras, tomar trenes, barcos, hacerme gángster, guerrillero, viajante de comercio, cualquier cosa que signifique un mínimo de riesgo y tránsito físico. La vida puramente intelectual es absurda y triste, sólo admirable en los otros. En otros tiempos, uno podía escribir estimulado por ciertos espejismos: la gloria, el dinero. He leído una maravillosa frase de Balzac: "los orígenes de mi vocación, de mis libros y de mi vida, son exclusivamente pecuniarios". Pero hoy día uno escribe casi sin esperanzas, para llenar ciertos vacíos y deficiencias, para desquitarse de algo anormal. ¿Quién puede creer ahora que una novela va a cambiar algo y si así fuera, qué mierda me importa si yo no seré jamás el beneficiado? Creo que la condición intelectual privilegiada es la del estricto lector. Vive y cuando quiere coge un libro, vuela un rato, lo cierra y regresa. A mí me jode horrores vivir volando, no quiero pasarme la vida como un cometa. Estoy irritado con mi vocación, sobre todo porque ya no hay marcha atrás posible, si no tuviera tiempo para escribir me sentiría desesperado. Pero pienso que hubiera sido mil veces preferible otra vocación, menos exclusiva y tiránica, más sociable y concreta. He estado leyendo las cartas de Flaubert y no hay nada más espeluznante ni conmovedor. Es horrible llevar una vida de trapista sin creer en el paraíso." (la carta no es mía, pero no importa.)